Durante
años trabajé en actividades relacionadas con la salud. Y compartí horas de
conversaciones con personas de distintas clases sociales, culturales, con
grados de formación académica diversa, y, con todos ellos, en algún momento
coincidimos en hablar sobre algunas circunstancias extrañas, aunque no tanto,
que se dan en los nosocomios.
Yo conocía algunos casos pero me costaba
compartirlos, simplemente por temor a que me traten como a un loco. Y porque si
compartes ciertas historias puede llevarte, incluso, hasta a perder el trabajo.
Te pueden acusar de intentar asustar a la gente. Pero lo cierto, sin embargo,
es que en la conversaciones suelen surgir anécdotas interesantes, relatos casi
increíbles, pero que dan cuenta de hechos que muchos prefieren callar.
Durante
unos seis meses trabajé en un sanatorio en el que, en una parte de su
edificación, construyeron una suerte de puente techado. En realidad, puede tomarse
como un túnel que está suspendido en el aire, pues en toda su extensión, está
cerrado y entre las partes de dos edificio paralelos y altos. Hay personas que
por allí no quieren pasar porque les impresiona la altura, sin embargo, nada
tiene de particular, excepto cierta sensación de frío que se percibe en todas
las épocas del año.
Una noche, cuando trabaja allí,
conversando con un viejo enfermero me contó que algunas de las compañeras
habían tenido ciertas experiencias fuera de lo común al cruzar el túnel. Eso
había ocurrido en momentos distintos, pero especialmente cuando el ambiente
estaba más tranquilo. Y eso se da a la hora de la madrugada. A veces hay que ir
a buscar algún material o trasladar a algún paciente muy tarde en la noche,
porque sale de una operación o cosas similares.
Las enfermeras le contaron que, en
ocasiones, veían la silueta de un paciente que andaba con dificultad al
caminar. "Era como ver
–contaban– al viejo Belmiro".
Este paciente pasó gran parte de sus últimos diez años de vida internado en el
antiguo sanatorio.
Belmiro tenía una afección en las
piernas, una consecuencia de su
enfermedad principal: diabetes. Además, producto de una caída, cojeaba al
andar. Unas úlceras tenía en la piel de las piernas que nunca terminaban de
curar. Era afiliado de la sociedad médica desde su niñez. Nunca había estado
enfermo, pero en su vejez, precisó usar el servicio de forma casi continúa por
un largo periodo.
Belmiro pasó, en sus años de vejez, gran
parte del año internado. Aburrido, solía pasear por los pasillos del centro
asistencial. Conocía a todo el mundo, y la gente que allí trabajaba, en algún
momento lo había atendido o lo había tratado por temas diferentes. Solía dar
importantes propinas para que le consiguieran cosas, en general comida. "Más de uno –aseguró el enfermero
que me relataba esta historia− le hacía
favores, pero también le temían, por su aspecto demacrado y mal carácter, un
producto de la diabetes que lo afectaba". Todos lo recordaban como el
flaco de gorra beige y carácter fuerte que se lo encontraban en los pasillos.
Las enfermeras creen que el viejo don
Belmiro, tras su muerte, no dejó el sanatorio. Y consideran que es él quien, en
las noches, aburrido, se pasea por el túnel, con su paso característico.
El enfermero dice que las enfermeras más
osadas incluso lo saludan cuando lo ven, o creen verlo: "Adiós don Belmiro". Y que él baja la visera como
respuesta. Pero no sé si creerle o no, aunque quizás sea una forma de andar sin
temor, y con humor por los pasillos del lugar en las horas de la
madrugada.
Pedro Buda
2015
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El túnel de don belmiro -
CC by -
Walter Hugo Rotela González
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*Este cuento forma parte del libro Serie Túneles, publicado en Editorial Bubok.
** Otros libros míos publicados en Bubok conócelos en mi página en Bubok
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Atte. Pedro Buda